sábado, 20 de febrero de 2010

LA MONTAÑA DE MI FELICIDAD (Rafael Mercado Epieyu)

Los sentimientos que fueron tejidos junto con mi cuerpo en la oscuridad del vientre de mi madre, esos que aún estaban adormecidos dentro de mí, a la candente luz de la realidad, un día brotaron como todas las cosas. Así como los trupillos germinan entre los senos de mi guajira; así como las primeras flores del guamacho abren sus pétalos y perfuman con sus aromas el aura de los caminos, así como la luz brota en cada amanecer con todo su encanto, así de este modo se despertaron mis sentimientos.

Después de un largo silencio, aunque me dice mi madre que chillaba de día y de noche, el silencio que me refiero es la conciencia de mi existencia, de darme cuenta que me encuentro vivo. En aquel momento cuando se abrieron mis ojos, fue la época en que la guajira estaba vestida de primavera. Miré alrededor mío y todo estaba lleno de colores, de maravillas y de bellezas, fue algo mágico. Fue ahí cuando tuve la primera oportunidad de contemplar la impaciencia de los trupillos, guamachos, cardos, dividivis y las demás vegetaciones, para reventar en flores, pero aún me encontraba callado. Una mañana caminé y ya los caminos y toda la guajira se encontraban vestidos de flores, pensé al instante que el mundo no podía ser más hermoso de lo que era entonces. Me quedé inundado, enmudecido, totalmente embriagado al ver la vestidura primaveral.

A medida que iba avanzando en el camino, se abrieron nuevos senderos y fue cuando se prendió una ilusión que hizo alzar mi mirada con ganas de traspasar horizontes.

Antes de mi ilusión, sólo gozaba de un corazón limpio y puro, no soñaba ni pensaba en lo malo. Sólo crecía a las caricias de mi madre, al calor de su amor y de sus besos tiernos y sinceros. Me sentía amado más que todas las cosas, tal vez como el primer hombre que tuvo un jardín por templo plantado por su propio padre, donde las luces inundaban los espacios y donde existía un soplo divino que acariciaba a las primeras rosas de aquel lugar. Así me sentía de amado entre los brazos de mi madre, alimentándome con el jugo inagotable de su pecho.

Crecí entonces con el pasar del tiempo. Empecé a recorrer lugares no lejanos, subir y bajar pequeños cerros en busca de la felicidad. Esa era mi ilusión, buscarla y hallarla y que yo pudiera conquistarla. Quería buscarla, pero no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo. “Tocando con mis manos el azul firmamento puedo hallarla”, pensé; era un pensar chiflado. A lo lejos descubrí una montaña, veía cómo descansaba con majestad el firmamento en su cima. Una vez más se prendió el ánimo en mi pecho y el deseo de tocar la inmensa cortina azul. Tuve entonces el loco empeño de andar levantando mis pies enguaireñados al fuerte viento, mi rostro golpeado por los granos de la tierra que se levantan enfurecidos y que quizás con azotarme constantemente me estaban llamando “tonto” o tal vez animándome con sus golpes para seguir en mi intento.

Al fin a los pies de la montaña, empecé a ascender, arriba y arriba. A medida que subía descubría arboles frondosos, caminos torcidos con enormes pendientes. Escuchaba el crujir de las hojas secas bajos mis pies y el cantar de aves que hacían bailar el silencio entre las sombras de aquellos árboles, pero muchas veces esas alegrías se ahuyentaban por la presencia fría y tenebrosa de püloi y yo me llenaba de espanto en las noches cuando los wanülü se pasean por los caminos y los montes.

Amanecía, dirigía mi rostro al oriente y veía como se sonreía la aurora, la cual me llenaba de valor para seguir arriba y arriba. La luz del sol daba la impresión de chorros de aguas cayéndose entre las ramas de los árboles.

Caminaba y caminaba con mis piernas polvorientas, marchaba al son de mi ilusión con mis pies arrogantes llevando en mi mochila de esperanza valentías.

Era ya el momento en que el sol, con el esplendor maravilloso de su cresta, adora a la inmensidad del horizonte. Y fue precisamente un instante después, cuando de nuevo el manto del firmamento se adornó de millares estrellas relucientes. Así como llegan, la noche y el día, se van.

Volví ver de nuevo, la mirada torrente de la aurora que se dibujaba, bajo la majestuosa cortina rosada del firmamento. El suave andar de Jepirachi (viento de nordeste) con su aliento purificaba la sombra de la noche que aún se quedaban bajo los trupillos y se movía por el batir de las alas del amanecer como almas coquetas. El sol se levantaba sonriente, sentándose en su trono y con su mirada hacía brillar las olas del mar que se penetraban en las arenas blancas de la playa. Un poco más lejos de la playa, se podía contemplar con gran admiración, sin comandante alguno, las diminutas hormigas marchando con paso marcial, cargando en sus hombros gigantescas hojas a su oscura morada. Era un día especial como todos los anteriores, el cual jamás volvería a nacer.

Llegaba la hora en que el sol descansa y la noche también en su carro de ópalo. El sol se dirige a su dulce morada al cantar de los grillos y de aves nocturnas. La noche majestuosa asomaba en el horizonte, la tristeza en su rostro pálido se sonreía mientras la luna plateada ascendía allá en la Makuira, esclareciendo la sombra oscura del manto de la noche. Una noche alegre, cálida y por cierto bonita.

Se hizo un silencio solemne, era como si todas las vegetaciones, los grillos e incluso el suave silbar del viento callara. Entre las coposas ramas de los trupillos, se escuchaba un trinar dulce y mágico, que podría ser la de un ruiseñor que canta y cuida a su amada mientras duerme, ó quizás sea la de un turpial ermitaño que canta junto a su soledad o, de pronto, sea la de un canario decepcionado y que está cantando a su tristeza. Y sin embargo el trino no es de un ruiseñor que esté cantando a su amada, ni de un turpial ermitaño ni de un canario decepcionado, tampoco es un trinar; es un silbido de un cacique, que escapándose del mundo de los muertos (siempre en una noche plateada) ha llegado al mundo de los vivos, tal vez nostálgico al recordar la vida, la cual tal vez sea la causante de su silbido melancólico.

A los lejos se veía una fogata con llamas de oros chispeantes, cerca de la puerta del rancho de donde emanaba un gemido como la da alguien mal herido. Era una mujer que estaba por tener la primera creación de sus entrañas: la vida, producto de su dolor y de la oscuridad de su vientre. Se hallaban cuatros chinchorros colgados bajo una enramada, adentro se encontraban los tíos del que estaba por llegar. Avanza el tiempo, el firmamento estaba repleto de estrellas y en medio de ellas la luna plateada tan dulce y hermosa. Se aproximaba la hora en que por primera vez inspiraría el ambiente salino de la guajira, mientras los demás inocentes dormían. Una señora de piel acanelada, caminaba desesperada recorriendo el espacio desocupado del rancho mientras se hallaba tendida en el suelo una mujer, dispuesta a recibir la carne de su carne, la vida de su vida, dispuesta a arrullar ese fruto junto a sus senos. Al fin llegó la hora. La abuela del bebé lo recibió en una sola mano junto a su hija, alzándolo, mientras con la otra mano desocupada desataba una palmada. Al recibir aquel impacto, chilló aquella criatura cerrando sus ciegos ojitos. Era su primer llanto en este mundo repleto de violentos, de perversos y de crueles hombres.

Cerca se encontraba una totuma grande llena de agua, la abuela lo aseó con aquella agua que poseía la totuma. Lo secó y lo cobijó con un pedazo de trapo que se encontraba por ahí. Luego lo acomodó dentro de una angarilla que pertenecía al burro de la familia. No es porque no haya plata para comprar una cuna hermosa, sino porque, todo aquel que tiene una angarilla por cuna en el momento de nacer, va a ser una persona muy respetada durante su vida, ese es el significado de la angarilla.

Y desde aquel instante cuando me encontraba arropado en el fondo de la angarilla, ya yo era un viajero, un caminante. Ahora que he podido salir del fondo de la angarilla, mi espíritu se agita con fuerza, con esa fuerza de mi ilusión por querer tocar el cielo de mi felicidad y de mi amor, y veo majestuosa la montaña donde descansa la inmensa cortina azul, según mi vista imperfecta.

Ahora que reacciono en medio de mis recuerdos, comprendo que todo esto no es más que una simple ilusión, comprendo que soy infeliz porque no puedo ser feliz sin felicidad y por lo tanto soy infeliz. Pero ¿qué puede ser más felicidad que admirar la belleza del guamacho con florecillas amarillas, al dividivi, al trupillo y los cardones cuando están verdes y ver sus frutas brillantes que parecen estar sonrientes con unos labios rojos? Por ejemplo ¿admirar en cada amanecer cómo la belleza del sol resplandece su luz y nos hace sentir su aroma calurosa perfumada con el aliento salino del mar así como ver los pájaros cantores saltando alegres entre las ramas de frondosos y de raquíticos trupillos que ahuyentan la tristeza de la noche?, ¿Qué más felicidad que esa? Y yo tan chiflado buscándola en la cima de una montaña. ¿Acaso no inspira felicidad poder contemplar las desnudas crestas de un jaguey que de un modo bellísimo se estremecen por el suave andar del viento danzarín?

Pero un día regresé a mi ranchería y en la misma angarilla que me sirvió una vez de cuna, encontré una hoja y en ella pude leer lo siguiente: “amor de mis amores, el destino te puso en mi camino, pero tarde; además existe un abismo que nos separa y nos aleja cada día más. Quiero que sepas que tus recuerdos y tu imagen vivirán eternamente en mi memoria. Atentamente: La mujer que más te quiere en este mundo. Te amo.” Y esto ¿que inspira?

jueves, 14 de agosto de 2008



Universidad Nacional de Colombia
Lengua y cultura Wayuu
I semestre del 2008
Rafael S. Mercado Epieyu

ALGUNOS NEOLOGISMOS EN EL WAYUUNAIKI.

Al encontrarse las fronteras de las dos culturas, la del alijuna con la del Wayuu, es entonces cuando ocurre el cambio, el choque cultural y como efecto de este choque, aparece o nace lo que es el bilingüismo y se adaptan palabras para su uso dentro de la cultura. “Un caso de tránsito y adaptación de vocablos de una lengua a otra es el ocurrido con la palabra usada para designar el plato típico de los Wayuu: en la cocina criolla algunos alimentos se fritan, el término frito se toma para generalizar acerca del procedimiento de cocción y el wayuunaiki lo adopta como juliche”. (Van-Leenden Pérez, Francisco Justo. Wayuunaiki: estado, sociedad y contacto. Pág. 39). Es cierto que el plato típico de la guajira es el friche, pero este nombre no es que el Wayuu lo haya adoptado, sino que es un nombre onomatopeyico, es el sonido que el Wayuu escucha al fritar algo, especialmente la carne de chivo, y el Wayuu al tratar de imitar ese sonido y al articularlo queda de esta manera juriichi y el turista al escucharlo terminó diciendo friche.
E aquí algunas palabras adaptadas del español al Wayuunaiki:
· Paneera (kat): (la) panela.
· Paawa (kat/kai): (la/el) pavo.
· Ro (kat): (la) arroz.
· Kepein (kat): (la) café.
· Neerü: dinero.
· Anneerü (kat/kai): (la/el) carnero.
· Erü: perro.
· Ka´ula (kat/kai): (la/el) cabra.
· Serulat: celular.
· Apasiajawaa: a pasear.
· Manteku: manteca.
· Seitekat: (la) aceite. Aquí tiene que especificar que aceite es, porque puede ser aceite para comida, para el motor del carro o para las cadenas de la bicicleta.
· Pateeya: botella.
· Suukala (kat): (la) azúcar.
· Pireewa (kat): fideo.
· Kamión (kat): (la) camión.
· Pooluwa (kat): (la) polvo. Generalmente de le dice al talco para los pies.
· Pa´a (kat/kai): (la/el) vaca.
· Toureeta (kat): taburete.
· Kalina (kat/kai): gallina.
· Puetto´u (kat): (la) puerta.
· Pentaana (kat): (la) ventana.
· Moliina (kat): (la) molino.
· Raawia (ka): (la) radio.
· Lapiseera (kat): (la) lapicero.
· Chuwaata: chivato.
· Limuuna (kat): limón.
· Wayeeta (kat): (la) olla.
· Monku (kat): mango.
· Paarü (kat): (la) pala.
· Juleena (kat): freno.
· Kupeeta (kat): (la) escopeta.
· Cochina (kat/kai): (la/el) cochino o cerdo.
· kamiisa (kat): (la) camisa.
· Teliwisoolu (kat): televisión.
· Wisikületa (kat): (la) bicicleta.
· Türein (kat): (la) tren.
· Aranja (kat): (la) naranja.
· Paralante (kat): (la) parlante.
· Sapata (kat): (la) zapato.
· Meeria (kat): (la) media.
· Peliikula: película.
· Peesü (kat): se le dice a la moneda colombiana, el peso.
· Woliiwa (kat): se le dice a la moneda venezolana, el bolívar.
· Keesü (kat): (la) queso.
· Pülatna (kat): (la) plátano.
· Piruuwa (kat): (la) filúo.
· Sikariiya (kat): (la) cigarrillo.
· Joojora (kat): fósforo.
· Mariwaana (kat): (la) marihuana.
· Tawaaku (kat): (la) tabaco.
· Yüi(kat): también se le dice al tabaco y a la marihuana y aquella persona que habla locura.
· Seepü (kat): sebo; grasa de algún animal.
· Liiura (kat): (la) libra.
· Müñeeka (kat): (la) muñeca.
Estas son algunas de las palabras del español que el Wayuu ha adaptado para poder interactuar en el medio del alijuna y lo ha adaptando tanto que ya es común oír al Wayuu decir estas palabras en su propio medio. Para él como hablante es vocablo Wayuu, pero el investigador se da cuenta que son palabras que fueron adaptadas al Wayuunaiki del español.

CAMINANDO POR LA CAPITAL SALINIFERA DE COLOMBIA